FERMÍN REDONDO DÍAZ
Párroco del colegio de Celanova (Orense)

La Orden de los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías (Sch.P.) fue fundada por San José de Calasanz. Durante la Guerra Civil Española (1936-39) más de 250 escolapios fueron asesinados. Sólo en la diócesis de Barcelona, por poner un ejemplo, sufrieron el martirio sesenta escolapios. En 1995 fueron beatificados los trece primeros religiosos de las Escuelas Pías. 
“La cruz de los mártires” de Consuegra recoge el nombre de los padres Cristóforo Rodríguez del Álamo, Emiliano Lara Camuñas, Gregorio Gómez-Miguel García, José Moraleda Rodríguez, Manuel Fuentes Gómez-Miguel y Moisés Vázquez Manzano. Por su parte, en Morasufrió la persecución religiosa el padre Fermín Redondo Díaz. 
Nació Fermín en Mora (Toledo) el 23 de septiembre de 1878. Cursó sus estudios primarios en el pueblo, tutelado por sus piadosos padres Juan Redondo y Catalina Díaz. Conoció y trató a varios escolapios y muy joven todavía, solicitó ingresar en las Escuelas Pías, en cuyo noviciado de Getafe (Madrid) vistió por primera vez la sotana, el 10 de noviembre de 1892 y profesó de votos temporales el 26  del mismo mes, después de un noviciado de dos años. 
Tranquilos y provechosos corrieron los años de sus estudios, así en el gran seminario de Irache (Navarra), como en el teologado de San Pedro de Cardeña (Burgos). Emitió los votos solemnes el 8 de julio del año penúltimo del siglo. El 11 de septiembre siguiente se le destinó a la comunidad de Getafe. Aquí inició su carrera de Ciencias Exactas. Poco antes de iniciar sus estudios universitarios había recibido la ordenación sacerdotal. 
Cantó su primera misa en Mora. En Getafe enseñó Ciencias Exactas, durante dos sexenios. El 28 de noviembre de 1912 fue destinado al colegio de Celanova (Orense). 
El P. Fermín Redondo tuvo ocasión de demostrar en este destino su capacidad de organizador y administrador. Sin duda, la vistosidad del colegio y adecentamiento del monasterio se debieron a la hábil economía del P. Fermín. Numerosas obras de restauración, mejoras y hallazgos pictóricos y artísticos dieron celebridad y renombre al escolapio moracho en toda la comarca. Mas llegó un momento en que su salud quebrantada le impidió proseguir en este ritmo de dinamismo y pidió ser exonerado del cargo.

El 7 de septiembre de 1917 se le diagnosticó que padecía una afección crónica al hígado que le aquejaba desde que tenía apenas 20 años de edad, y que por lo visto se acentuó ahora en forma muy molesta. Le acompañó esta dolencia hasta la muerte. 
“Suelen ser esta clase de enfermos irritables, intemperantes y de genio puntilloso; pero nuestro futuro mártir -escribe el padre Moisés Rodríguez- supo, a fuerza de resignación y de virtud, sobreponerse de tal modo, que quien no conocía su dolencia, le consideraba como el más feliz de los nacidos”. 
Los días 25, 26 y 27 de febrero de 1918 se celebró el tricentenario de la fundación de las Escuelas Pías, con diversos actos. La salud del padre Redondo seguía empeorando y el 21 de enero de 1920 salía como enfermo para Yecla (Murcia). Allí pasó tres años. El 2 de octubre de 1923  regresaba con destino al colegio de Getafe, donde permaneció hasta su muerte. En esa residencia tuvo por último superior al padre José Olea Montes, quien nos ha trazado del futuro mártir esta semblanza: 
“Una de sus grandes virtudes, y tuvo muchas, fue la humildad. Cumplióse en él, al pie de la letra, aquella célebre frase: Los hijos de Calasanz viven humildes para morir ignorados. Conocí al P. Fermín en sus años mozos, allá en 1899; hablé con él en diferentes ocasiones; y convivimos juntos en el colegio de Getafe durante los tristes años de 1934 al 36. Por diversos conductos  supe de sus méritos, que le granjearon el título de "profesor de profesores"… Montaña altísima fue nuestro P. Fermín, así en la piedad como en las letras. Era amigo de todos y sumamente apreciado para cuantos le trataban”. 
El P. Moisés Rodríguez  perfiló su retrato físico y moral con estas pinceladas: alto, seco, enjuto, avellanado, como el ingenioso Hidalgo manchego, tenía como él la inquietud de espíritu y le atormentaba la sed de verdad y de justicia. 
Si tenía intuición para las matemáticas, en las que era investigador afanoso y maestro consumado, nadie más opuesto que él a implantar la rigidez matemática a la vida, ni más propicio a disimular y transigir”. “Jamás tuvo una arista en su carácter, ni asperezas en su trato, ni dobleces en su espíritu, abierto y expansivo como las llanuras de la Mancha”. 
Desde septiembre de 1930 actuó de depositario de la Comunidad de Getafe. 

Es fácil imaginar cuánto habría de afligirle el panorama sombrío que ofrecía España a su mirada, desde la quema de conventos de mayo de 1931 hasta el período desenfrenado que siguió a las elecciones de febrero de 1936, erizado de atropellos, asaltos, asesinatos, incendios. En Getafe, población obrera, veía desfilar bajo su misma ventana las organizaciones de los partidos marxistas y veía descargar en la Casa del Pueblo, al atardecer de los primeros días de julio, camiones de armas. “Al aproximarse la Revolución, no formaba parte de los optimistas: su talento le hacía ver claro el triste panorama, la horrible tormenta que se avecinaba. Por eso sufría más. Y por eso, constantemente elevaba su vista al cielo y sólo del cielo esperaba la paz, la verdadera paz”. 
Continúa escribiendo su rector de Getafe, el padre José Olea Montes: “Al terminar el curso 1935-1936, recuerdo que me dijo estas palabras: “Me voy al pueblo a descansar, aunque sospecho que en vez de descansar, tendremos guerra”. 
No podemos precisar la fecha de su salida para Mora a pasar las vacaciones. Lo cierto es que allí estaba cuando comenzó la guerra. En Mora “el día 21 se echaron las turbas a la calle, recibieron armas en los centros respectivos y se desbordó la ola revolucionaria. El padre Fermín pasó, por indicación de su familia, a casa de unos amigos, los señores de Gómez-Zalabardo. Allí permaneció dos días y regresó a casa de su hermano”. Había celebrado diariamente en la iglesia parroquial hasta el mismo día 21. Siguió vistiendo la sotana escolapia. 
A partir del día 23 quedó escondido en su casa. El 1 de agosto, entrada la noche, los milicianos llamaron a la puerta. Buscaban a un elemento sospechoso. El padre Fermín, muy serenamente, se presentó a ellos, declarando ser hijo del pueblo, que había llegado unos días antes para descansar y reponerse un poco de su dolencia y que, habitualmente, residía en Getafe, pues era sacerdote escolapio. Fue detenido y llevado a la cárcel. Al día siguiente ingresaba en la misma su hermano Juan. El día 3 les dejaron en libertad. El P. Fermín no se hizo ilusiones. Este respiro de unos días lo empleó para prepararse a una santa muerte que, con sobrado fundamento, presentía muy próxima. Algunas personas se confesaron con él y juntos rezaban el rosario, disponiéndose para recibir la muerte con generosa aceptación, si les llegaba”. 

De sus últimos días quedan recuerdos dignos de mención. Dijo a sus familiares, cuando le prendieron la primera vez: “Si con dar mi vida, puedo salvar un alma, o si hace falta para la regeneración de España o para testimonio de mi fe inquebrantable, la vida no me interesa demasiado”. 
Tuvo, además, un rasgo genial y heroico: quemó los preciosos ornamentos que guardaba de su primera misa; no quería que las turbas los profanasen. "Aquel acto fue como el holocausto que ofreció al Señor”, afirma el padre Olea. 
Parece que indicó a sus familiares que, si le prendían de nuevo, quemaran la sotana, el manteo y el sombrero. En cambio, declaró que no quería desprenderse ni un momento, ni menos para aquel trance, del crucifijo que había llevado siempre sobre su pecho”. 
Cuando fue puesto en libertad el 3 de agosto, dijo a sus familiares: “Esta vez va a durar poco. El día de la Asunción lo celebraré en el Cielo”. 
No se equivocó en su presentimiento. El día 11 de agosto a las tres de la tarde, tuvo que presentarse ante el Comité escoltado por dos milicianos. Lo encarcelaron. 
Oigamos al padre José Olea: “Como dato fidedigno y curioso, relata un compañero de prisión, que en la noche del 13 de agosto, el padre Fermín, con valentía, habló a sus compañeros de infortunio: los alentó, avivó la fe de todos. Y aunque afligido, se esforzaba por animar a todos”. Y añade: “El 15, festividad de la Asunción de Nuestra Señora, después de haberles hablado como sacerdote y amigo, se encontró con que lo sacaban de la cárcel, en pleno día. Equivocadamente creyó que le daban la libertad, y al salir animó por última vez a los compañeros de infortunio que allí quedaban, y salió, como un cordero, para el sacrificio. Lo llevaron con malos tratos a Manzaneque (Toledo), donde lo acribillaron materialmente, pues presentaba la cabeza destrozada por las balas”. 

 

Padre Fermín con sotana, junto a dos de sus sobrinos

Padre Fermín con sotana, junto a dos de sus sobrinos

Padre Fermín Redondo en el Cerro de los Ángeles

Padre Fermín Redondo en el Cerro de los Ángeles

Última foto del padre Fermín, tomada en junio 1936

Última foto del padre Fermín, tomada en junio 1936