MANUEL MARTÍN DEL CAMPO GÓMEZ
Ecónomo de la Parroquia de Consuegra (Toledo)

Natural de Los Yébenes (Toledo) había nacido el 5 de enero de 1866. Tras ser ordenado el 21 de septiembre de 1889, recibió sus primeros destinos pastorales. Durante casi quince años don Manuel ejerció de párroco en Lucillos (Toledo). En la crónica que publica El Castellano el 15 de septiembre de 1915 sobre las fiestas de Nuestra Señora de la Salud de Yunclillos de la Sagra (Toledo) se dice “que la cátedra sagrada estuvo a cargo del elocuente e ilustrado cura párroco de Lucillos”.

Una década después, concretamente el 5 de agosto de 1927, el corresponsal en Lucillos para el citado prestigioso diario católico de información, comunica que “nuestro querido párroco ha sido distinguido con el curato de Consuegra… con este premio a su virtud, ciencia y celo, reciba nuestro amadísimo párroco la más cordial enhorabuena de sus feligreses”.

Tras laproclamación de la Segunda República en enero de 1932 se disolvió la Compañía de Jesús, se secularizaron los cementerios y se legalizó el divorcio. El lugar que la República concedió por ley a la Iglesia iba siendo relegarla a la nada. Se tomaron medidas que no respetaban los principios democráticos ni eran políticamente prudentes. Medidas importantes como la Ley de Congregaciones, así como otras de menor trascendencia, como la prohibición de las procesiones religiosas. Recogemos esta extensa noticia sobre cómo actuó el Siervo de Dios en contraste con lo que muchas veces se nos hace creer sobre la actuación del clero contra esos gobernantes.

Por informaciones de “El Castellano” del 15 de junio de 1932 sabemos que en la fiesta de San Antonio sucedieron los siguientes hecho: “por la tarde (del día 13) se celebró el último día del novenario, y durante este acto subió al púlpito el cura párroco para poner en conocimiento de los fieles que habiendo sido pedida por la Hermandad de San Antonio la correspondiente autorización para sacar la procesión, como en años anteriores, la imagen del Santo Paduano, la autoridad no había dado contestación a tal petición, y en consecuencia este año no podía celebrarse la mencionada procesión; con tal motivo, el señor cura párroco exhortó a los fieles a cumplir con exactitud las órdenes emanadas de la autoridad, y les puso de manifiesto la necesidad de retirarse de la iglesia con orden y compostura, una vez terminada la procesión que sólo se celebraría por el ámbito de la iglesia; más cuando ya la imagen del Santo se encontraba cerca de la puerta los ánimos se excitaron de tal modo que, a todo trance, y a pesar de las exhortaciones del párroco, el pueblo acordó sacar la imagen por las calles. El señor cura entonces, al ver el cariz que iban tomando las cosas, habló a los fieles nuevamente, exhortándoles a no contravenir las leyes, poniéndoles de manifiesto que él no podía en modo alguno autorizar la procesión y ordenándoles volver la imagen a su sitio. Todo fue en vano, pues ya los fieles, ordenados en filas, marchaban calle adelante, y los jóvenes sacaban la carroza de San Antonio. Entonces el clero se retiró, vista la imposibilidad de contener a la multitud, y ésta sola, sin clero y sin Cruz parroquial, recorrió el itinerario de costumbre con la mayor compostura, y con el mismo orden regresó a la parroquia, retirándose los fieles sin alboroto alguno, una vez que dejó la imagen del Santo en la iglesia”.

El 18 de agosto de 1936 las autoridades decidieron hacer por la noche “otra saca”. Era el turno para Don Manuel del Campo, párroco de Consuegra, un grupo de siete seglares y tres franciscanos: Fray Cecilio, Fray José, Fray Gabriel. Como ya recordábamos la semana pasada ni el párroco ni Fray Cecilio habían sido liberados, a pesar de superar los 60 años. Respecto a Fray Cecilio y Fray Gabriel las autoridades se desdecían de lo dicho tres días antes, sobre que protegerían a los religiosos no clérigos haciéndoles pasar como trabajadores. En cuanto a Fray José Merino habían averiguado ya que no tenían parentesco con nadie en el pueblo.
Como lo habían hecho tres días antes, las autoridades obligaron a Godofredo Peces a conducir el camión. Pasaban ya las doce de la noche. Comenzaba la madrugada del 18 al 19 de agosto cuando el vehículo se dirigió a la iglesia de Santa María. Sacaron a los once presos que iban a ejecutar. Al párroco, que apenas podía andar, lo llevaron entre varios. Hacia las 12,40 partió el camión con las víctimas y sus ejecutores. Junto a tres milicianos madrileños en la saca participaron el alcalde, el jefe de la Policía local, el cabo de los serenos y quince personas más. Los dirigentes abrían la marcha en un coche pequeño. Tomaron la misma dirección que la noche del 15 al 16 de agosto. En el control de Urda, sigue contando el P. Marcos Rincón, estuvieron detenidos un cuarto de hora y parece que montaron en el vehículo a algunos milicianos. Siguieron para Fuente el Fresno (Ciudad Real). Según el conductor, los detenidos iban callados. En las afueras del pueblo en el lugar conocido como “Las cuatro carreteras” esperaba el alcalde de Fuente, el secretario del Ayuntamiento y siete u ocho miembros de la guardia roja, armados. Habían recibido este aviso de los izquierdistas de Consuegra: “Os llevamos carne”.
Pero, como escribe en una declaración don Ángel Moraleda cuyo padre fue asesinado aquella noche, ni las autoridades de Urda (Toledo) ni las de Fuente el Fresno (Ciudad Real) consintieron en que los fusilaran ni siquiera en los términos del municipio. Por lo cual siguieron en dirección a Villarrubia de los Ojos (Ciudad Real).

Los asesinos se detuvieron en la Cuesta de la Virgen, concretamente en un carreterín que sube a la ermita de la Virgen de la Sierra, patrona de Villarrubia de los Ojos. La noche estaba oscura. Hermenegildo Fernández, que era el encargado del santuario y vivía con su familia en la casa de los santeros (distante 1.400 metros del lugar de la ejecución) dice que al escuchar las descargar, miró su reloj: eran las tres de la madrugada.
Iluminaron el camión con los focos de los tres coches y empezaron a bajar a los detenidos. A los seglares y a los tres frailes los colocaron a unos 15 metros de la carretera de La Fuente a Villarrubia, de cara a la misma, y a la izquierda del carreterín del Santuario.
Al Siervo de Dios Manuel del Campo, como no podía bajar por sí mismo, lo tiraron del camión y lo llevaron rodando hasta la cuneta de la carretera. Las víctimas no intentaron huir ni se quejaron ni pidieron que les soltasen o les perdonasen la vida. Desde el camión al lugar de la ejecución, y al oír la orden de la descarga, “gritaban muchas veces, muy alto y con grandísimo entusiasmo: ¡Viva Cristo Rey!”. Uno exclamó: “¡Viva Cristo Rey y los santos mártires!”. Al párroco lo fusilaron después de los demás en la cuneta y allí lo dejaron. Era el 19 de agosto de 1936. Los ejecutores les fueron dando el tiro de gracia, hacinaron los diez cadáveres unos sobre otros y se volvieron a Consuegra por Fuente el Fresno, cantando su “hazaña” y pregonando el valor de los asesinados en morir por sus ideales al grito de “¡Viva Cristo Rey!”
Cuando el sacristán acudió al clarear, entre las 5 y 6 de la mañana, no encontró a ninguno con vida. Entre las 9 y 10 de la mañana los once cadáveres fueron “paseados” por el pueblo en una camioneta. Cuatro milicianos iban cantando los cantos de los funerales en son de burla. “Los mártires, recuerda el P. Marcos Rincón vicepostulador de la Causa de los mártires franciscanos, iban regando el pueblo con su sangre, que aún goteaba”. Los llevaron al cementerio, pero como estaba cerrado, los volcaron por encima de las paredes, y allí los dejaron. Al día siguiente los enterraron.

 
"Virgen de la Sierra", donde es asesinado el Siervo de Dios