SOR MARÍA AZPITARTE
Convento de Santa Isabel (Segovia)

En un margen de diez años, entre la última década del siglo XIX y el primer año del siglo XX, dos jóvenes de las Vascongadas llegarán a Segovia para profesar la Regla de la Tercera Orden de San Francisco. La titularidad de dicho convento era el de Santa Isabel de Hungría, patrona de la Orden Tercera. Ambas serán mártires. Son dos de las trescientas religiosas asesinadas en los días de la persecución religiosa durante guerra civil española.


Tramo inicial del aqueducto de Segovia, cercano al convento

Sor María Azpitarte Arambarri, hija de Pedro José y Manuela, era natural de la villa de Azcoitia (Guipúzcoa). El 13 de febrero de 1889, con 22 años, se le toman los primeros votos  como religiosa de coro con el cargo de cantora en el Convento de Santa Isabel de Segovia. El 5 de marzo de 1889 tomó el hábito. El 23 de abril de 1890 hizo su profesión solemne. En 1920 llegará a ser Abadesa de este Convento.

Sor Inmaculada de la Fuente, TOR [Tercera Orden (franciscana) Regular], del Convento de San Antonio de la ciudad de Toledo, junto a la documentación aquí resumida, nos explica como de Segovia las dos mártires pasan al convento de la Concepción de El Viso del Marqués, en la provincia de Ciudad Real.

«El 16 de julio de 1920 con todas las licencias pontificias y de los Prelados de ambas diócesis salieron de este convento de Santa Isabel para trasladarse a la comunidad del Viso del Marqués, provincia de Ciudad Real, que son Terceras Franciscanas con el fin de levantar dicha comunidad que estaba para extinguirse, las siguientes».

La primera citada es Madre María Azpitarte, que era la Abadesa del Convento de Santa Isabel de Segovia, «con 54 años y 31 de religiosa cantora y va a desempeñar dicho cargo». Junto a otras cuatro más, la última citada es Sor Rosario Alzola, lega de 42 años de edad y 20 de religiosa.

Las mártires permanecieron en el Convento de la Purísima Concepción de Viso del Marqués (Ciudad Real) menos de cinco años.

Cuando hoy se visita esta localidad ciudadrealeña solo se puede contemplar la torre del convento de Beatas de la Tercera Regla de San Francisco (que es del siglo XV). Es el único vestigio que queda del edificio que fue demolido en 1948.

José Muñoz del Campo, historiador local, afirma: «sabemos por la Crónica de la Orden de San Francisco (Libro VII), cómo el papa Inocencio VIII, en un Breve concede licencia en 1488 para edificar un monasterio, un hospital y una iglesia en el Viso… en el monasterio habitaban 33 beatas de la Orden Tercera de San Francisco…

Por las distintas leyes de 1836 y 1855 (de Juan Álvarez Mendizábal y de Pascual Madoz) el convento fue desamortizado en su día para engrosar el acervo de Bienes Nacionales, vendido, en pública subasta, fue adquirido indirectamente por el Marqués de Santa Cruz, con lo que la comunidad de religiosas continuó o volvió a ocuparlo aunque no les perteneciese en propiedad» (“El Viso único”. Boletín nº 8. Diciembre de 2005).

Sin embargo, la vida era del todo imposible por las penurias que pasaban las religiosas en este edificio. Toda la Comunidad se terminará trasladando a Toledo. El 13 de enero de 1925 la Abadesa del Viso escribe al cardenal Enrique Reig en estos términos:

«…nos vemos en la triste necesidad de abandonar este nuestro querido Convento porque se está arruinando por todas partes; y por falta de medios espirituales y de personal se nos hace imposible la vida religiosa. Humildemente pedimos conceda la competente licencia para ser trasladadas al Convento de San Antonio de Toledo para vivir allí vida de verdadera observancia religiosa».

La carta está firmada por la Abadesa, Sor Matilde de la Fuencisla Martín, y por cuatro religiosas más: Sor Encarnación Peces, Sor María Azpitarte, Sor Rosario Alzola y Sor Espíritu Santo Gómez [la tercera y la cuarta, nuestras protagonistas].

De modo que el 29 de enero de 1925 la Abadesa de San Antonio, Sor Dionisia María de Araceli, se dirige al superintendente general de las religiosas, el siervo de Dios Valentín Covisa (asesinado “in odium fidei” en el verano de 1936), para confirmar que la Comunidad acepta de forma unánime la llegada de las cinco religiosas.

En las notas marginales de las diferentes cartas se puede leer: “Vinieron y se admitieron en 22 de julio de 1925.- Covisa”.

De modo que nuestras protagonistas, de Segovia pasaron, en 1920, a reforzar la comunidad de Viso del Marqués, y tras cerrarse esta casa llegaron a la comunidad de Toledo en julio de 1925.

Manola Herrejón nos cuenta que al final de la calle de Santo Tomé «está enclavado el convento de franciscanas de San Antonio de Padua. El origen de este convento fue de esta manera: En 1514 un grupo de mujeres devotas se unió para mejor organizar su vida  espiritual; destacando en seguida por sus virtudes y fe, María González de la Fuente, quien decidió ponerse en contacto con los padres franciscanos de la ciudad, entre los que se encontraba Francisco Quiñones, Vicario Provincial de Castilla, quien consiguió para ellas la aprobación del Cardenal Cisneros, facultándoles para hacer la fundación de un convento bajo el ministerio de Diego de Cisneros, guardián del monasterio de San Juan de los Reyes, ingresando en la Tercera Orden Regular Franciscana Claustral» (“Los conventos de clausura femeninos de Toledo” en Temas Toledanos, nº 65, páginas 39-41. Toledo, 1990).

En 1525, las beatas compran el palacio o casona del regidor comunero Hernando de Ávalos, que había sido confiscada, por orden de Carlos V. Este palacio de Ávalos será el núcleo del convento de San Antonio de Padua.

Pasados los siglos, el 27 de enero de 1837, las religiosas, expulsadas a la fuerza del convento, se refugiaron en el de Santa Isabel de los Reyes. A los 37 años (el 18 de febrero de 1874) las dos únicas religiosas sobrevivientes, con dos novicias, regresaron a su antiguo convento. En el “Anuario Diocesano” de 1930, editado por el Arzobispado de Toledo, se da cuenta de que la Abadesa de San Antonio se llama Sor María Rosa y que son 16 religiosas.

Durante los años turbulentos de la República el capellán de las religiosas será el siervo de Dios Felipe Rubio Piqueras (cuya reseña publicó don Jaime Colomina Torner en esta sección, Nuestros Mártires /125). Beneficiado de la Catedral Primada, era conocido internacionalmente por sus composiciones musicales y por sus estudios sobre musicología y paleografía musical.

Conservamos esta fotografía de 1916 siendo maestro de capilla en la catedral de Badajoz.

El Dr. Rubio Piqueras publicó un artículo de opinión en “El Castellano”, el 6 de septiembre de 1934. Lleva por título: Una antigua fundación toledana desaparecida. En él trata de exponer la generosidad existente siglos atrás y «de ahí las mil y mil instituciones de religión, beneficencia, instrucción, etc… fundadas con largueza en ciudades, villas, pueblos y aldeas, en la nación entera, hecho en verdad que pasma. Aquellas generaciones de españoles amadores de Dios, del prójimo y la Patria, sembraron a boleo el bien en formas mil para alivio de quienes sufrían pobreza, escasez o miseria, y esto durante siglos y siglos, y con esas donaciones se formó el patrimonio de los pobres, cuidadosamente custodiado y acrecentado por la Iglesia».

Entonces cita el caso de Antonio Ortiz que a la muerte de su nieta y en su memoria fundó un mayorazgo de 330 mil maravedís de renta para que una Hermandad distribuyese misas cada día perpetuamente y casamientos de huérfanas y otras obras pías. Sus restos reposan en la iglesia conventual de San Antonio (religiosas franciscanas) de esta ciudad.

«Para sonrojo de la España del siglo XIX anotemos que, efecto de la desamortización de Mendizábal, esta pía fundación, como tantas otras a millares, fue barrida, así “barrida” por el vendaval revolucionario de entonces, y que si algo quedó por acaso, la actual hecatombe lo ha pulverizado por completo; nuestra desdichada Patria, al presente, tiene liquidado casi en total el patrimonio económico de los pobres y desvalidos, seres que en aquellos siglos constituyeron el objeto predilecto de las gentes adineradas por su amor y temor de Dios. En fin, el siglo XX, con sus teorías socialistas y comunistas, no ha hecho en esto, como en otros aspectos de la vida, más que lo que le enseñó el anterior: “destruir”, sin que hasta la fecha haya edificado nada; aun la llamada filantropía, tan traída y llevada por los liberales de aquellos tiempos, ha quedado fuera de la circulación; ahora la sustituyen estas dos, “asistencia social”, aún más equívocas e imprecisas que aquella.

[…] ¡Dios haya perdonado a los que tan gran mal causaron a los privados de medio de vida! ¡Que la Patria soterre por los siglos de los siglos el nombre de tantos raptores del patrimonio de la Iglesia! ¡Que la sociedad no se acuerde jamás de quienes socavaron uno de los cimientos más firmes del orden social: la piedad, la misericordia…!».

 

No quiero dejar pasar la oportunidad. El capellán de las franciscanas de San Antonio de Padua de Toledo, el siervo de Dios Felipe Rubio, armonizó la popular canción mariana, de autor anónimo: “Es más pura que el sol, más hermosa que las perlas que ocultan los mares” (Cfr. José González Alonso, CMF, “Repertorio de cánticos sagrados”, vol. II, canción nº 351. Madrid, 1946, pg. 801).

Meses antes del alzamiento militar, en una fecha alrededor del 20 de marzo, el siervo de Dios fue enviado a la parroquia de Carmena directamente por orden del Palacio Arzobispal. Este celebró la Misa, consumiendo las formas que quedaban en el Sagrario. En ese mismo día, al marcharse del pueblo fue groseramente insultado por las juventudes marxistas, que no llegaron a más, por la defensa del factor de la estación, que le ocultó y avisó a la Guardia Civil. Defendido por ésta consiguió subir al tren y poder regresar a Toledo (cfr. Juan Francisco Rivera, “La persecución religiosa en la Diócesis de Toledo”, tomo II, pág. 230. Toledo, 1958).

Por su parte, Manola Herrejón recuerda que sobre los días de la guerra del 36 comentaban las religiosas que las tropas se adueñaron del convento para convertirlo en cuartel. «Arriba estaba Intendencia y la iglesia la llenaron de trigo. Todo lo dejaron muy sucio. Las madres tuvieron que irse al convento de Santa Isabel. San Juan de la Penitencia también era de franciscanas y lo quemaron, así como la Casa Sacerdotal. A nosotras nos mataron a dos monjas. Al final se quedaron en esta casa los que se pasaban de un bando a otro y permanecían aquí hasta encontrarse documentados» (“Los conventos de clausura femeninos de Toledo” en Temas Toledanos, nº 65, pág. 41. Toledo, 1990).

Finalmente, todavía está por determinar el número de personas que desaparecieron en España a partir del 17 de julio de 1936. De los más de 114.000 desaparecidos que se señalan como víctimas de la guerra y el franquismo deberíamos desentrañar con cuántos desaparecidos contamos nosotros. Por ejemplo, nuestras protagonistas. Sor María Azpitarte y Sor Rosario Alzola, cuando tuvieron que salir del convento de la calle Santo Tomé, huyendo para no ser asesinadas se refugiaron en Madrid con unos primos de la familia Azpitarte. Parece ser que la portera las delató y tras ser llevadas a una checa, fueron asesinadas. Todavía seguimos su pista para encontrar adónde fueron a parar sus restos.

Mientras cerramos la investigación sobre la muerte martirial de estas dos religiosas, aparece este interesante documento, con el concluimos este artículo. Se trata de una carta informativa (que todas las Comunidades religiosas debieron dirigir al Arzobispado, tras finalizar la Guerra Civil) para informar sobre lo sucedido durante los días de la persecución religiosa: cómo estaba la Comunidad espiritual y materialmente; y, sobre qué había sucedido con las religiosas: muertes martiriales, muertes naturales y quién había sobrevivido) y que la Abadesa de San Antonio, Sor Mª Araceli, dirige al Dr. Luis Casañas. Lleva fecha del 5 de junio de 1939:

«Las religiosas fallecidas en este tiempo de guerra son cuatro: Madre Mª Encarnación y Sor Clara, estas dos religiosas salieron del convento el día 14 de agosto 1936 y las colocaron “los rojos” en las Hermanitas de los pobres, y en ese establecimiento fallecieron en el mes de octubre del mismo año; Madre Encarnación el día 13 y Sor Clara el 21 respectivamente.

Las otras dos religiosas difuntas, Madre María Azpitarte y Sor Rosario Arzola, fueron asesinadas en Madrid por los enemigos de Dios, ignoramos los detalles de su muerte. Solo puedo dar cuenta de lo siguiente: salieron del convento con otra de nuestras hermanas, las tres para Madrid. Al salir del convento una de ellas (Sor Rosario) hizo la señal de la cruz como de costumbre, y dándose cuenta los milicianos, uno de ellos le apuntó con el fusil y le dijo: “-Sor Cebolla, como vuelva usted a hacer eso otra vez, la tiro”. Y ella asustada, contestó: “Jesús, ave María purísima”, con lo que les provocó risas. Llegadas a Madrid, se hospedaron en casa de una prima de Sor Rosario, y allí estuvieron hasta el mes de octubre, cuando sonaba la aviación y las mandaron ir a los refugios. Ellas se juntaban para rezar y un espía que estaba junto a ellas, se dio cuenta de que hablaban entre sí de dónde podrían oír Misa y comulgar. Y fingiendo ser católico, les dijo que él las enseñaría y les enseñó medallas y con esto quedaron prendidas; las denunció y en seguida las detuvieron y llevaron a la cárcel juntamente con el matrimonio que las hospedaba. Después no sabemos el día que las fusilaron, porque estos datos me los ha dado la otra religiosa, que marchó con ellas: Sor Carmen, que al día siguiente las fue a visitar a la cárcel y ya no estaban allí; las habían sacado aquella noche».

Calle Santo Tomé y convento de San Antonio. Casiano Alguacil