JESÚS BRAZALES SALCEDO
Seminarista

Gracias al sacerdote D. Amós Damián Rodríguez de Tembleque que atiende actualmente Marjaliza (Toledo) recuperamos la historia del Siervo de Dios Jesús Brazales. Así como al querido D. Eduardo Álvarez, que durante tantos años ejerció como Sacristán Mayor en la S.I.C.P. de Toledo, y que nos lego las páginas del Capítulo XLII (“Los que saben vencer”) del libro “Llamadas íntimas” que escribió el P. Benjamín Brazales, natural de Villanueva de Bogas (Toledo), franciscano del Vicariato Apostólico de Tánger, ambos (el franciscano y el mártir) emparentados con él. 

Jesús nació en Marjaliza (Toledo) el 17 de agosto de 1916. Sus padres eran Patricio Brazales, natural de Villanueva de Bogas (Toledo) y Fortunata Salcedo. El padre ejercía de secretario del Ayuntamiento de Marjaliza y de sacristán en la parroquia.

A la educación cristiana recibida de sus padres, juntaba también la recibida en el Seminario Conciliar de Toledo, donde pasó varios cursos de preparación para el sacerdocio. Cuál fuera su disposición de ánimo e los últimos días y en los últimos instantes de su vida consta por los datos siguientes: su cristiano padre, ante las circunstancias de aquellos álgidos momentos, se preocupaba de lo que pudiera ocurrir, y trató de sondear la disposición de ánimo de su hijo, a lo cual éste, decidido, contestó: “Padre, esté usted tranquilo; confesé y comulgué el día en que aquí, en el pueblo, se celebró la última misa y estoy preparado a sufrir resignadamente lo que Dios quiera”.

Más tarde, en el momento en que los enemigos de Dios y de la Patria penetraban en su casa para apresarle y muy pronto matarle, tomó en sus manos la imagen del Sagrado Corazón de Jesús que solía tener en la cabecera de la cama, y dándola a besar a sus padres y hermanos, les dijo: “No lloréis, voy al cielo y allí pediré por todos vosotros”. Y como último recuerdo les dejó un papel escrito de su puño y letra, cuyo contenido es el siguiente, que copio literalmente: “Viva el Sagrado Corazón de Jesús. Postrado delante de Él le he ofrecido mi sangre para que me perdone mis pecados. Yo, si he de dar mi cuerpo para que lo maten, lo doy con mucho gusto por Él, pero sepan que mi alma no la matan, sino al contrario: la glorifican. Padres, no me lloren, pues me voy al cielo; les pido que no me olviden en sus oraciones. Perdono a mis enemigos, pues ellos me han subido al cielo. Viva Cristo Jesús y la Santísima Virgen, mi madre”.

El valeroso joven que esto escribía, y que así se despedía de sus padres y hermanos de la tierra, estuvo muy pocas horas en la cárcel, pero aún éstas las dedicó, y así consta por testimonios fidedignos, al apostolado entre sus compañeros y a infundir en el ánimo de éstos sentimientos de valor y de resignación cristiana, hasta que en la noche del 31 de agosto de 1936, en las inmediaciones de Marjaliza (Toledo), y a una distancia no mayor de cincuenta metros del lugar en que fue martirizada Santa Quiteria, virgen española de fines del segundo siglo del cristianismo, fue fusilado, habiendo sido sus últimas palabras, como afirma un testigo presencial, el valeroso grito, pronunciado con toda entereza y energía: ¡Viva Cristo Rey!